Si cuando montas algo sobran piezas y todo funciona bien, es porque al montarlo de fábrica pusieron piezas de más.
Nostradamus.
Junto al Rey deben estar los mejores. Lo dice el ideario de la Guardia Real, y es verdad. «Cantad bravos soldados de España la gloria de ser fieles guardias del Rey», proclama su himno y ésa es su primera y última razón, la que repiten como una letanía todos y cada uno de los 1.900 componentes de este regimiento de hombres y mujeres que, como dice a D7 su coronel jefe, Juan Antonio Díaz Cruz, «han visto en los ojos de Sus Majestades los Reyes el orgullo que sienten al observarles. Y cada uno de los guardias —subraya—ha sentido al desfilar delante del Primer Español que el Rey le miraba a él. Y eso lo compensa todo».
Es el estímulo que, por encima de todo, les mueve a sortear obstáculos, a no mirar jamás el reloj, a emplearse con la misma entrega en unas maniobras, en un relevo solemne en el alcázar madrileño, en una misión de escolta, en una empresa internacional en Afganistán o en Kosovo o en el servicio de una cena de gala en el Palacio Real con la que el Monarca agasaja a un jefe de Estado invitado. Por eso, cuando en el Cuartel «El Rey», donde los jardines se hacen uno solo con los del Palacio contiguo de El Pardo, se pregunta a cualquier uniformado por qué está ahí, por qué es guardia real, «por el Rey, para servirle lo más cerca posible», es la única respuesta, una contestación sin trampa ni cartón que no admite peros. Tal es así que bien podría decirse que lo que cunde a nuestro alrededor es sencillamente una epidemia por contagio.
Por ejemplo, José Francisco Belmonte, soldado —o mejor, guardia—, dejó su trabajo fijo en Málaga para a sus 27 años ponerse desde la Escuadrilla Plus Ultra, del Ejército del Aire, al servicio del Rey. El próximo día 19 cumple 33 años y cuando esta mañana pasa revista a los seis últimos se le ilumina la cara. «Es mi vocación. Aquí, si no te gusta esto, no pintas nada. Entré en el Grupo de Honores que, además, forma parte de la guardia de seguridad, y allí disfrute mucho con las maniobras y aprendiendo tácticas policiales. En este grupo se sale a misiones en el exterior y se trabaja mucho, pero te compensa. Ahora me siento útil trabajando en la oficina de captación o reclutamiento, donde informo sobre la Guardia Real y las Fuerzas Armadas en general. Llaman mucho —y aprovecha para dar el gratuito 900 23 44 00—, y lo hacen más hombres que mujeres, porque ellas son más decididas y se presentan directamente. Son personas de entre 18 y 23 años. Y todos quieren ser guardias reales para estar cerca de la Familia Real, que es a lo máximo a lo que puede llegar un militar, y también les anima la diversidad de cursos que se ofertan (desde protocolo a paracaidismo). Lo cierto es que hay muchas posibilidades para elegir: perros, motos, guardia y control militar, buceo, caballería, música...» Belmonte, con un contrato de larga duración hasta los 45 años, me dice que aspira a sacarse el graduado en ESO, alcanzar el empleo de cabo primero o cabo mayor permanente —«que es como ser un guardia civil en la calle»— y seguir «haciendo lo que me pidan. Siempre, todo por el Rey».
Todo por Sus Majestades, desde el último guardia hasta el coronel jefe, que cuando estas páginas vean la luz será ya un general del Ejército con otra misión lejos de la Guardia Real. Es por ello que cuando recién nacido marzo entramos en su despacho de El Pardo, las palabras del militar ya son un epílogo a los casi tres últimos años de su vida. «Una experiencia maravillosa, tremenda, en la que he tenido la suerte de mandar la mejor unidad militar», apostilla con rotundidad. Un regimiento que aglutina a representantes de los tres ejércitos y de los cuerpos comunes ante Su Majestad, y que está a disposición de la Casa del Rey, organismo encargado de apoyar a Don Juan Carlos como jefe de Estado en las misiones que le corresponden, del que constituye esta Guardia Real su parte militar. Su jefe es el de la Casa y, por delegación, el jefe del Cuarto Militar del Rey.
«Nuestra fuerza —declara el coronel Díaz Cruz— la constituyen hombres y mujeres de una dedicación, capacidad de trabajo, voluntad de servicio y devoción por Su majestad el Rey envidiables. Todos ellos han sido formados en múltiples disciplinas, por lo que no sólo reúnen muchos y variados conocimientos, sino que además están dispuestos a ponerlos en práctica. A nadie se le caen los anillos por nada. Cualquiera que esté en la Guardia Real debe estar preparado en lo que es su propio Ejército, de tal manera que el de la compañía de infantería debe actuar como un infante, el de la batería como un artillero, el de la Mar Océana de la Armada como un infante de marina o el del escuadrón de caballería debe tener instrucción como jinete, pero luego todos han de ser capaces de desfilar y de formar parte de un conjunto que rinda honores y de servir en las misiones de guardia militar cuando nos requiera el jefe de seguridad de la Casa de Su Majestad, tanto en las residencias donde se aloja la Familia Real o en El Pardo, cuando lo ocupa un jefe de Estado extranjero en visita oficial. Y además debe saber rendir honores, proporcionar escoltas motorizadas o a caballo, e incluso formar un séquito técnico que acompaña a estas comitivas y que, entre otros, está formado por un médico y un representante de la guardia para controlar las caravanas. Los equipos de montaña y el de buceo, para reconocimientos del terreno y del litoral, están a disposición de la seguridad de la Casa. Uno de nuestros lemas es combinar tradición, que se remonta 500 años atrás cuando el Rey Fernando el Católico armó a sus mozos de espuela con el arma de moda en la época, la alabarda, convirtiéndola en el nexo que hilvana la historia de los Reyes de España y su guardia hasta hoy, y modernidad, porque nos valemos de la última tecnología en armamento, las más vanguardistas técnicas y procedimientos para cumplir lo mejor posible los objetivos que tenemos asignados».
Las misiones
Cometidos entre los que figura, en primer lugar, como ya se ha apuntado, el de colaborar con la seguridad dando guarda militar, que es el más importante y en el que se empeñan todos los días los guardias reales; el segundo es el de dar apoyo a la Casa, proporcionando desde conductores, veterinarios, médicos, ordenanzas o incluso camareros o sumilleres; el tercero es el de rendir honores y proporcionar escoltas solemnes a la Familia Real, y el cuarto, dar estos mismos servicios a los jefes de Estado extranjeros en visita oficial a España.
De estos últimos, tras una década en la unidad y desde su puesto de apoyo directo en el alcázar, ya ha perdido la cuenta el cabo primero César Paz, cavero de Palacio. «Soy de infantería pero me daba igual el arma cuando me propuse entrar: sólo quería ser guardia real porque dentro de las unidades de las Fuerzas Armadas es la que me hace sentir más orgulloso. Así que puede decirse que soy nacido militarmente por y para la Guardia Real y hoy, como hace 10 años, no me veo sin la boina azul. La verdad es que pensándolo detenidamente no sé decirle de dónde me viene este amor por la Guardia Real, porque ni tengo familia ni tenía conocidos en ella. Imagino que soy un español —y de Ciudad Real— más, que quiere al Rey y que ha decidido trabajar y servirle un poco más cerca».
El cabo Paz ingresó en la unidad el 21 de noviembre de 1997, en Mantenimiento, y su primera misión fue la de trabajar como albañil. Poco le importó la argamasa de la que estaba hecho tal desempeño. Ya lo ha dicho el coronel: aquí no se le caen los anillos a nadie. El caso es que luego vio en la hostelería un afán donde llevar a cabo grandes empresas. Y se volcó en ella. Claro está, que sin dejar de hacer maniobras y sin descuidar su preparación de infante. En los diferentes bares y cantinas del destacamento fue labrándose un porvenir, alentado por su servicio como camarero en Palacio. Tenía 20 años y ganas de comerse el mundo. «Dos años después fui destinado al Cuarto Militar del Rey, donde estuve tres años, en los que me hice sumiller a través del Instituto de Formación Empresarial (IFE) de la Cámara de Comercio, el más prestigioso, y realicé cursos de maestre de sala o metre, en los que quedé primero de la promoción, lo que me situó mejor en mi posición en la cava de Palacio. Hoy en ese destino digamos que soy fijo-discontinuo, porque además estoy asignado al Negociado de Comunicación. Sus Majestades los Reyes y sus Altezas Reales los Príncipes tienen su propio servicio interno, lo que llamamos aquí los camareros de la Familia, pero que no participan en los actos oficiales; entonces, la Casa recaba apoyo a la Guardia Real o a restaurantes como Jockey u hoteles como el Ritz. Y ahí es donde participó yo, encargándome no solo del vino, sino de todo tipo de bebidas, calidades, exigencias, gustos o particularidades que quiere Su Majestad como pueda ser la temperatura del vino».
Cuántas veces sus compañeros le han dicho lo bien que podría ganarse la vida fuera del Ejército, pero Paz sigue en la Guardia. «Estar aquí me da una satisfacción que un restaurante o un hotel no me darían, aunque me pagaran mucho más. Mi lugar es éste. Trabajar en la cava es un atractivo añadido que me proporciona una cercanía extraordinaria a la Familia Real». De la que por otra parte, los guardias no dejan de recibir muestras de afecto y complicidad. La última más sonada: el ingreso de la infanta Doña Leonor en la guardería del cuartel.
Afán de superación, curiosidad y ganas de aprender son el motor de César Paz. Su mérito: salir con bien del más difícil todavía. Como cuando le sacaron del curso militar de cabo primero para formar a los camareros que habrían de servir el banquete de la boda de los Príncipes. «Tenía 180 aspirantes de los que al final presenté a 164. Fue una odisea de tres meses. No tenían ni idea y tenía que llegar a un determinado nivel. No se trataba tampoco de enseñarles los misterios de la hostelería sino de que aprendieran a servir a la francesa. La experiencia resultó excelente».
Me ha advertido antes de empezar a hablar que «ni con autorización de Zarzuela» me dice el vino que le gusta a Don Juan Carlos. Así que cambio de tercio: «¿Y a usted?» «Mi debilidad como sumiller —responde— es descubrir buenos vinos. Ahora trabajamos para dar a conocer distintas denominaciones de origen. Mostrar qué buen vino hay en el Bierzo, Alicante o Toledo. Mis últimas ansias de exploración van dirigidas hacia los vinos catalanes, ya sea un cava o un priorato. Y también a la revolución de los vinos que está produciendo el Nuevo Mundo, donde cada vez se pisa más fuerte y compitiendo a un nivel similar al nuestro». ¿El vino, cuánto más caro mejor?, interpelo. «Por encima de 60 euros, que ya es una barbaridad, no hay vino que valga. Otra cosa es el snobismo y lo que quiera pedir el bodeguero. Custodio López Zamarra, del que hay que hablar cuando se habla de vinos, ha dicho que conociendo lo que conoce y sabiendo lo que sabe sería de estúpidos beber vinos de más de 12 euros, y esos son los que hay que descubrir».
Las «otras» tareas de Estado
Luego, el cabo primero me habla de la tarea de Estado que significa «en otro orden» dar un buen servicio a los invitados del Rey, y cómo en esa misión están involucrados desde la sastra que viste con esmero a los camareros hasta el conductor que hace que llegues puntual a Palacio. Y me habla de gratitud a su destino como guardia real.
Hoy, cuando toca a su fin el del coronel al frente de esta unidad, también a Díaz Cruz, que aprendió antes a cantar el himno de la infantería y el novio de la muerte que a leer, le rebosa el corazón de agradecimiento hacia sus padres —él, también militar, que asistirá orgulloso al generalato de su hijo; ella, que lo velará desde la última morada adonde partió sólo cuatro meses antes del ascenso—, «que me inculcaron el amor a España y a su Ejército y me enseñaron la importancia de la verdad, del trabajo bien hecho y el respeto hacia lo que nos rodea, coincida o no con nuestra forma de ser o de pensar. Y todo eso procurando mantener siempre una actitud de optimismo. Después de una historia fraguada en tan variados destinos —Operaciones Especiales, Academia de Infantería, Escuela de Estado Mayor, Legión y Cuarto militar del Rey— sé que la suerte no hay que esperarla, hay que buscarla o, mejor dicho, perseguirla y amarrarla. Con la lealtad, entrega, optimismo, máxima preparación y el trabajo diario de los hombres que forman la Guardia Real la suerte está asegurada». Y la de Sus Majestades.
Lo mismo digo yo.
Lo mismo digo yo.